domingo, 27 de junio de 2010

De visita en el casino de Alicante

Aunque había ido a un par de casinos tanto en Venezuela como en Estados Unidos, nunca había pasado en ellos el tiempo suficiente como para prestarle atención a los mecanismos con que son operadas las máquinas, y a los gestos de desespero -o de euforia- de quienes dejan todo en manos del azar. Pero esta vez fue distinta, pues decidí entrar en el Casino Mediterráneo para observar todo cuanto pudiese mientras mi esposo intentaba explicarme -sin conseguirlo- algunas reglas para jugar con éxito a la ruleta. 
Dispendio y lujo son las palabras con las que mejor puedo describir todo lo que vi allí. Una vez que revisaron mi identificación, pude ver a un Mercedes -nuevecito de paquete- a la espera de que algún afortunado lo reclamase como premio. Luego unas escaleras de luces rojas, de esas que uno solo puede imaginarse al escuchar hablar de un night club, dan paso a la sala de juegos, que esta dividida en zonas según su tipo. Maquinitas, mesas de poker, juegos electrónicos y la tradicional ruleta figuran en la lista, sin embargo no hay duda de que esta última era la zona más concurrida del local, al menos esa tarde. 
Al llegar allí, mi esposo comenzó a explicarme el juego, y a comentarme quiénes de los presentes habían coincidido con él durante las visitas anteriores que había hecho al casino con sus amigos. Prácticamente todos eran caras conocidas para él, pero entre ellos me llamó la atención una señora muy maja que en menos de una hora ya había perdido 350 euros. Como estaba vestida de rojo pidió las fichas del mismo tono, pero al perder fue paseándose por toda la gama disponible, creo que con la esperanza de que algún color le trajese suerte. 
Apuestas de 100 euros a un numero o de 200 euros a un  color contrastaban con nuestras modestas apuestas de 2,50 euros a una docena. Y, como era de esperarse, nuestras ganancias eran diminutas frente a los premios recibidos por todos los veteranos que estaban en nuestra mesa. Razón tenia mi madre cuando me decía que quien juega por necesidad pierde por obligación… Pero al menos nos queda el consuelo de haber pasado una tarde divertida.

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